sábado, 2 de enero de 2016

Volviendo a casa?

¿Dónde vamos con tanta prisa? ¿Para qué saludar simplemente a alguien con quien queremos platicar si no vamos a volver a verlo en mucho tiempo? ¿De qué sirve quejarse de la soledad y no hacer algo por evitarlo si pasamos la mayor parte del tiempo solos con nuestros pensamientos, de qué sirve no poder compartirlos?
Estoy cansado de ver a la gente o cruzarme con ella y no poder conocerla, que no lleve a nada ni mucho menos a buen puerto. -Hola -Hey -Gr... (sí, a veces llega a ser solo un gruñido).
Y ni qué tal, ni cómo estás, ni qué cuentas (cuya respuesta muchas veces suele ser "Nada")...
Si tan efímeros somos, ¿por qué no contarnos las guarradas, bestialidades y secretos más íntimos?
Convirtamos nuestra existencia para aquellos allegados en algo interesante, no algo que dejar de lado o de lo que pasar por convención social. Que tengamos algo interesante que contar. La mayoría del tiempo no somos más que muermos. ¿De qué nos sirve poder hablar si no tenemos nada interesante o divertido que comunicar? Y pensamos, ¿para qué hacerlo? Si cuando salude va a seguir su camino.
Seguro que nadie se ha girado para ver si le seguían o cambiaban de dirección para con el vecino.
Que podamos llevar nuestra conversación o pensamientos internos a alguien sea para entretener o para divagar sobre lo que sea, tecnología, amistad, familia, política...
Si no somos capaces de atar a alguien a nuestras cadenas, para que siga nuestros pasos, nos daremos cuenta al final de la vida que no hay nadie detrás. Que nadie nos sigue. Que seguimos estando solos como cuando venimos al mundo. Desnudémonos ante el otro como si supiera leer nuestros pensamientos. Que no se nos quede en un rinconcito de nuestra alma amargado en un lado el sentimiento que queríamos sacar pero no pudimos por no envalentonarnos. Que una cerveza o unas copas de más sean la fuerza para hacerlo o la compañía con quien emborrachar a nuestro hígado.
No quiero que nos arrepintamos después de no haber preguntado, haber seguido o haber hecho algo cuando tuvimos oportunidad. Perder nuestra oportunidad en el metro, en un tren tras la despedida de una amiga que podía haber sido algo más, o el simple hecho de cruzarse con un conocido y pasar de largo no vuelva a pasar... ¿Y si no vuelve a pasar? Deberíamos poder cogerlo por la mano, por los codos, o por los pelos, según las ganas que se tengan de estar con esa persona, y llevárselo a un parque a preguntarse el por qué seguimos pasando de lado por nosotros mismos, por qué entre la gente que queremos. No lo entiendo. Así no seremos nunca capaces de seguir la corriente, el cauce de nuestro propio río que es la vida presente y llegar a buen o mal puerto, da igual, el caso es vivir, y que la vida sea llevada por nosotros. No solo tomar las riendas, sino atar nuestros hilos a unos cuantos caballos y decirle a cualquiera que se suba al carruaje con nosotros que pasará la mejor noche de sus vidas. Aunque no sea algo sexual, por mucho que se piense que el sexo es el hilo conductor de todo deseo en la noche. Aún nos quedan muchas batallas que ganar, charlas que contar y espíritus que ensalzar. Porque hablar mal de alguien solo debería servir para unirnos más... sin que el otro esté delante. Para que podamos disfrutar las noches como dios manda, y como Dios dicte, sigamos el cauce de nuestra vida que va a parar al mar. Porque cuando estemos muertos nadie nos recordará, pero aquellas anécdotas que quedaron en vida serán el recuerdo de alguien más.
Hasta que podamos calar en los corazones de algunos nietos... debemos seguir adentrándonos en la noche. Quién sabe. Si tienes suerte, si llegas a más, a triunfar en la vida, puede que tengas hijos a quienes contar tus aventuras en la gran ciudad.