Mostrando entradas con la etiqueta seguridad. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta seguridad. Mostrar todas las entradas

lunes, 28 de marzo de 2016

La paradoja de la seguridad

A medida que hemos crecido y asentándonos, hemos ganado en seguridad, pero hemos perdido el interés por el olfato. Me explico:
Vivimos en casas infranqueables, entre muros de hormigón y con ventanas o ventanales bien altos por donde nos llegan todo tipo de olores, incluido el de él o ella, el de esa persona, que nos enamora y que, quizá, por eso nos impide abandonar la cercanía y la falsa seguridad de que podamos reencontrarnos alguna vez.
Alejados del "corralito", que es el ser humano calentándose así mismo en un grupo cercano, y sin la protección de éste, nos estamos volviendo más individuos individuales e individualizados que parece que no tengamos que depender ni de nuestro instinto olfativo al ser un fallo o error tan si quiera el creer que podemos utilizarlo para encontrar, por ejemplo, a alguien.
De ser una sociedad primitiva, como no hemos dejado de ser pero nos hemos puesto tales barreras físicas, podríamos acercarnos cuales animales salvajes para poder acercarnos intuitivamente a ras de suelo donde duerme o descansa esa persona para quererla, protegerla o incluso estar con ella para siempre.
En lugar de eso, hemos preferido evolutivamente debido a nuestras dotes de construcción -que son mayores que las de la confianza- a crear esos muros y paredes de carga que se cargan nuestras opciones y posibilidades de estar con alguien, de tener que reducirlo a mera causalidad encontrarse en algún lugar de destino compartido.
Esa es la paradoja de la seguridad, nuestra soledad confinada entre cuatro o más paredes, que no nos protege de lo que sentimos nosotros mismos sino que nos aísla de una sociedad en constante crecimiento y preocupación por el prójimo, pero hay cosas que no podremos cambiar.